El
tejado es de pizarra, las persianas están bajadas. Es un gran chalet a las
afueras de Madrid. Estoy paseando por su urbanización, nervioso. Me encuentro raro,
fuera de mí. Al doblar una esquina, me parece verle, en la parada del autobús,
tan arreglado como siempre. Si, si es él, ese mamón. Cierro lo puños con mucha
rabia, las uñas me hacen daño clavándose contra las palmas de mis manos. Decido
darme media vuelta y dirigirme a su maldito chalet. Estoy indeciso, quiero
entrar y comprobarlo, pero no me atrevo.
Cuando me doy cuenta ya estoy subiendo las escaleras del porche. Comprobaré
si hay alguien y me iré pitando. Nadie responde, está vacía. Echaré un pequeño vistazo
para ver si encuentro alguna prueba. Si encuentro algo me cargaré a esos dos canallas.
Encuentro la habitación principal, pero no hay indicios de que mi mujer pasará
la noche aquí, no hay nada. Haré pis y me voy, me pude descubrir alguien aquí. Ya
en el baño, pensado que igual soy yo el que tengo que cambiar en esta relación para
sacarla adelante, veo allí al fondo algo que me suena familiar. ¡¡Su maldito cepillo de
dientes!!
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